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martes, 18 de julio de 2017

¿Procedía la Piedra de los Cátaros de la diadema de Lucifer?

El Grial puede ser una copa, un cáliz, un simple vaso o, quizás, una piedra preciosa. La leyenda cristiana sostiene que es la copa utilizada por Jesús en la Última Cena, y de la que se sirvió después José de Arimatea para recoger su sangre en la cruz. En realidad constituye un misterio, una meta que debe ser alcanzada, como Ponce de León persiguió la Fuente de la Eterna Juventud en Florida, o como la de los alquimistas que soñaban con desentrañar el secreto de la Piedra Filosofal mientras trabajaban con sus alambiques y retortas. Varios historiadores anglosajones sitúan el Grial en las tierras de los celtas en Britania, debido a que éstos representaban la soberanía con un caldero, un plato o una bandeja llegados del «más allá». Pero los celtas no habitaron sólo en las islas Británicas, sino en buena parte de la península Ibérica y de Europa, además de regiones de Asia Menor como Anatolia. La leyenda del Santo Cáliz se construyó a lo largo del siglo III, coincidiendo con las persecuciones a las que fueron sometidos los cristianos por varios emperadores romanos, y cualquier objeto o reliquia que pudiera delatarlos, debía ser ocultada. San Lorenzo fue uno de los siete diáconos de Roma, ciudad donde fue martirizado quemándolo vivo en una parrilla en 258. La tradición piadosa sitúa el nacimiento de san Lorenzo en Huesca. Cuando en 257 Sixto fue elegido papa, Lorenzo fue ordenado diácono y encargado de administrar los bienes de la Iglesia para el cuidado de los pobres. Por esta labor es considerado uno de los primeros archivistas y tesoreros de la Iglesia, y es el patrón de los bibliotecarios. 
El emperador romano Valeriano, que hallaría una muerte horrible a manos de los partos, que le obligaron a tragar oro fundido después de despellejarlo vivo, proclamó un edicto de persecución en el que prohibía el culto cristiano y las reuniones en los cementerios y catacumbas. Muchos sacerdotes y obispos fueron condenados a muerte, mientras que los cristianos que pertenecían a la nobleza o al Senado eran privados de sus bienes y enviados al exilio. Una leyenda citada por san Ambrosio de Milán dice que Lorenzo se encontró con Sixto en su camino al martirio y que le preguntó: «¿Adónde vas, querido padre, sin tu hijo? ¿Adónde te apresuras, santo padre, sin tu diácono? Nunca antes montaste el altar de sacrificios sin tu sirviente, ¿y ahora deseas hacerlo sin mí?», a lo que el papa profetizó: «En tres días tú me seguirás». Tras la muerte del papa, el prefecto de Roma ordenó a Lorenzo que entregara las riquezas de la Iglesia. Lorenzo entonces pidió tres días para poder recolectarlas, pero trabajó para distribuir la mayor cantidad posible de propiedades entre los pobres, para prevenir que fueran arrebatadas por el prefecto. La leyenda cuenta que entre los tesoros de la Iglesia confiados a Lorenzo se encontraba la copa usada por Jesús y los Apóstoles en la Última Cena, y que consiguió enviarla a Huesca, a través de un soldado cristiano de origen hispano, junto con una carta y un inventario, allí fue escondido y custodiado durante siglos. Hasta caer en el olvido.
Hecho esto, al tercer día Lorenzo compareció ante el prefecto y le presentó a los pobres, los tullidos, los ciegos, los leprosos y los menesterosos de la ciudad, y le dijo que ésos eran los verdaderos tesoros de la Iglesia. El prefecto entonces le dijo: «Osas burlarte de Roma y del emperador, y perecerás. Pero no creas que morirás en un instante, lo harás lentamente y soportando el mayor dolor de tu vida». Según la tradición, Lorenzo fue quemado vivo en una hoguera, concretamente sobre una gran parrilla levantada en Roma y sus restos calcinados fueron enterrados en la Vía Tiburtina, en las catacumbas de Ciriaca, por Hipólito de Roma y el presbítero Justino. Se dice que Constantino el Grande, el primer emperador cristiano, mandó construir un pequeño oratorio en honor del mártir, que se convirtió en punto de parada en los itinerarios de peregrinación a las tumbas de los mártires romanos y, un siglo más tarde, el papa Dámaso I reconstruyó la Basílica de San Lorenzo en Panspermia que se alza sobre el lugar de su martirio. El cáliz sagrado de san Lorenzo permaneció oculto en Huesca hasta que, tras la invasión musulmana del año 711, el obispo Adalberto decidió trasladarlo para preservarlo de caer en poder de los infieles. En su precipitada huida, con la morisma pisándole los talones, no encontró mejor escondite que el recóndito monasterio de San Juan de la Peña, lo que ha quedado demostrado por diversos escritos y documentos de la época. A mediados del siglo XIV, el rey Martín el Humano lo hizo suyo y decidió trasladarlo a la Aljafería de Zaragoza. Y desde este lugar, como última etapa de su periplo, llegó a Valencia, después de pasar por Barcelona, por expreso deseo del monarca Alfonso el Magnánimo.
Los arqueólogos han buscado alguna prueba de la presencia del Grial en infinidad de montañas, ya fuese en Oriente Medio como en Europa. Una leyenda cristiana del siglo XIII lo sitúa en un monumento pagano, situado en un lugar inaccesible y que fue destruido en el siglo VII por los árabes. En la base de esta idea se llegó a la conclusión de que el punto de referencia era un viejo templo mazdeísta. También podemos aceptar, como hipótesis, que los cruzados franceses que exterminaron a los herejes cátaros del Rosellón y el Languedoc tenían la convicción, acaso apoyada en pruebas palpables de que los «bons homes» poseían el Grial, el cual habrían incluido en su tesoro. Pero este objeto en particular lo habrían sacado del castillo de Montsègur antes del asalto definitivo de los cruzados católicos. Sería entonces, según otra tradición, cuando el Grial habría sido llevado a algún punto del reino de Aragón, aliado de los cátaros, para preservarlo. Esto nos sitúa a mediados del siglo XIII, casi mil años después del martirio de san Lorenzo. Desde luego, cabe la posibilidad de que los cátaros llevaran el Grial a algún punto del Pirineo español, donde lo escondieron de un modo tan secreto, que sólo unos pocos conocían el sitio exacto, que muy bien pudo ser el monasterio de San Juan de la Peña en Huesca. No obstante, al morir los custodios del secreto, se habría perdido el rastro del Grial, hasta que un siglo después, como ya se ha apuntado, el rey aragonés Martín el Humano decidió llevarlo a Zaragoza. 
El Santo Grial también estuvo unido a los cátaros, una de las varias sectas consideradas heréticas que se extendieron por Europa durante los siglos XI-XIII, que rechazaban la carne como propia del mal y negaban, por tanto, la divinidad de Cristo por su condición humana, propugnando la pureza y la vida ascética. Quizá por ello, la Iglesia de Roma no se atrevió a reconocer la autenticidad del Grial por hallarse muy ligada al catarismo herético. Por otra parte, el Grial de los cátaros se asociaba a menudo con una piedra preciosa, un rubí o una gema, que supuestamente se había desprendido de la corona de Lucifer cuando el ángel rebelde fue arrojado a los abismos. Esta piedra había acabado en manos del rey Salomón y formó parte de su tesoro hasta que los romanos se apoderaron de él muchos siglos después. Y, como ya hemos visto en capítulos anteriores, buena parte de ese fabuloso tesoro terminó en poder de los visigodos que lo llevaron a España en el siglo V, o a principios del VI, cuando fueron expulsados de la Galia Narbonense por los francos del rey católico Clodoveo. Esa gema, que también podría haber sido un rubí, se asociaba en otras leyendas con la fabulosa piedra que Pedro el Cruel regaló al príncipe Negro, que ahora adorna la corona de los reyes de Inglaterra, y que está asociado a una terrible maldición que lleva aparejada la muerte a quienes lo poseen. En cualquier caso, tanto el Grial como el Tesoro de los cátaros, que se suponía oculto en el castillo de Montsègur, que se encuentra a unos 80 kilómetros al sur de Toulouse, que fue la capital de los visigodos en la Galia, se asocian con el Lucifer femenino, también representado como la diablea Lilit, primera e insumisa esposa de Adán.
En cuanto al Grial tradicional, con forma de copa, el Sagrado Cáliz de Valencia no fue reconocido como tal hasta el pontificado de Juan Pablo II. Pocos sacerdotes católicos lo citaron en sus escritos, y se ignora si lo hicieron los obispos, cardenales y papas, aunque fuese en privado. Se cree que éstos temían que si lo apoyaban abiertamente podían crear un cisma, al conceder demasiada importancia a una leyenda cargada de elementos paganos y esotéricos. Sin embargo, bajo cuerda, dejaron que el Grial terminara siendo asociado al Cáliz de la Última Cena, no prohibieron la novela José de Arimatea de Robert Boron, en la que directamente se introducía el elemento griálico en el cristianismo esotérico medieval, y casi aplaudieron la aparición del Parsifal de Wólfram von Eschenbach, por ser su obra la más cristiana de todas.
El vaso sagrado: el origen del mito
El símbolo del vaso sagrado está unido a las culturas más primitivas, ya que aparece en las pinturas rupestres. No puede ser un recipiente cualquiera, en el que se deposita el vino que terminará embriagando, con lo que la realidad quedará distorsionada y alcanzará dimensiones desconocidas. A su contenido, lo mismo que al objeto por sus formas y material empleado en su elaboración, se le atribuía la facultad de obrar milagros y, al mismo tiempo, de brindar el poder a la persona que lo poseyese. El ser humano primitivo lo ignoraba todo y era consciente de que se hallaba en un ambiente hostil, donde podía ser víctima de las fieras, de las enfermedades y de la propia Naturaleza, cuando no de los miembros de otras tribus y clanes. Ya estaba empezando a reconocer las plantas venenosas y practicaba la caza. Sus sacerdotes mantenían vivo el fuego y comenzaban a llenar las cuevas de objetos sagrados y fetiches. Por ese motivo a sus muertos los enterraban en unas tumbas muy singulares, las cuales solían ofrecer la forma de una mujer reclinada y, además, se grababa en las mismas el dibujo de un «vaso y un anillo» para asegurar el descanso eterno. En muchos países las leyendas aseguraban que la bóveda celeste era un inmenso cuenco invertido, con el cual los dioses habían querido cubrir la Tierra, a la vez que los grandes astros del cielo, el Sol y la Luna, se hallaban repletos de licores divinos. 
Como sucede en el Walhalla de los nórdicos, estos licores y libaciones afrodisíacas sólo podían ser servidos a los héroes en recipientes de oro, para obtener una fuerza sobrehumana y la inmortalidad. Estos poderes les permitían rivalizar con los mismos dioses. Se contaba que el dios védico Indra robó el fuego del Sol y la bebida divina, el «soma», a la Luna, con lo que pudo transformar su lanza en un elemento de fertilidad: con el simple hecho de clavarla en cualquier suelo estéril, lo dejaba en condiciones de proporcionar dos o tres cosechas al año. En las leyendas del Grial, la Lanza del Destino ofrece un significado muy especial. La proeza de Indra al liberar las aguas puede ser equiparada a la de Perceval, pues en el momento de curar al Rey Pescador, herido en los genitales, consigue que fluyan los ríos, los manantiales y se llenen los pozos con la intensidad de «aquellos años en los que allí no pesaba ningún maleficio». No cabe duda de que en el mito del Grial se confunden numerosas tradiciones paganas y cristianas, sincretizadas a lo largo de siglos de convivencia, y también de persecuciones.
Lucifer-Lilit con la diadema de la que se desprendió la joya, según la leyenda

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