Powered By Blogger

sábado, 13 de enero de 2018

Benedicto XIII, el Papa Luna

Aislado, sin respaldo del poder real, excomulgado, declarado hereje y antipapa. Así murió Benedicto XIII el 23 de mayo de 1423, el conocido popularmente como el Papa Luna. Pasó a la historia no sólo por su posición protagonista durante el Cisma de Occidente que dividió a la Iglesia católica sino por su terquedad. Una obstinación que acabó exasperando a reyes y hasta a un santo, y que inspiró la popular expresión «mantenerse en sus trece». Pedro Martínez de Luna y Pérez de Gotor vino al mundo el 25 de noviembre de 1328, en el seno de uno de los linajes nobles más conocidos de la época. Nació en el castillo familiar de Illueca (Zaragoza). De reconocida inteligencia y de cultivada sabiduría, dirigió sus pasos hacia la carrera eclesiástica, en la que prosperó y con la que también influyó en la política del momento. Decisiva fue su influencia en el Compromiso de Caspe que resolvió la sucesión de la Corona de Aragón y elevó al trono a Fernando de Antequera (Fernando I de Aragón). A la muerte de Clemente VII, en 1394, Pedro de Luna fue elegido pontífice por 20 votos de 21 y tomó el nombre de Benedicto XIII. No obstante, Francia se opuso a este nuevo papa de Aviñón que había mostrado no ser tan manejable como sus antecesores, y que además era súbdito de la Corona de Aragón, por lo que resultaba difícil obligarle a mantener lealtad a la monarquía francesa. En 1398 Francia terminó por retirar su apoyo político y financiero a la sede papal de Aviñón y se presionó a Benedicto XIII para que renunciara, a lo que el antipapa aragonés se negó alegando un daño irreparable a la Iglesia. Tras un bloqueo militar de los franceses sobre su palacio papal en Aviñón, Benedicto XIII logró huir de la ciudad en 1403, buscando refugio junto a Luis II de Nápoles. El fin del apoyo francés hizo que también Portugal y Navarra dejaran de reconocerlo como papa, mientras que 17 cardenales abandonaban la obediencia a Aviñón, quedando sólo cinco cardenales leales a Benedicto XIII. Su Papado era reconocido ahora solamente por los reinos de Castilla, Aragón, Sicilia (que formaba parte de la Corona de Aragón) y Escocia. Aunque en un momento dado hubo tres papas simultáneamente (Juan XXIII, Gregorio XII y él), Benedicto XIII siempre adujo que su Papado era el válido dado que él era el único papa que había sido elegido cardenal antes de que se produjese el Cisma de Occidente y, por tanto, el único realmente legítimo. En 1406 Benedicto XIII inició conversaciones con Gregorio XII para renunciar de manera conjunta y unificar la sede papal, pero esta posibilidad fracasó al insistir Benedicto XIII en su exclusiva legitimidad. Incluso promovió la llamada Disputa de Tortosa en 1413 entre canónigos católicos y dirigentes religiosos judíos, en un intento de revitalizar su actividad papal y de contrarrestar el menguante apoyo a su causa.
Deposición y fallecimiento
Finalmente, las tesis conciliaristas, que defendían que el concilio era superior al papa, triunfaron y, al negarse nuevamente a renunciar, Benedicto XIII fue condenado en el concilio de Constanza de 1415 como hereje y antipapa, y depuesto junto con el antipapa Juan XXIII. Mientras que el papa Gregorio XII de Roma renunció a favor de la unificación de la Iglesia. El Concilio designó a Martín V como pontífice único. El antipapa gozó aún de la protección de Alfonso V de Aragón por cuestiones políticas, pero sin real influencia en el resto de Europa. Murió en 1423, a los 94 años en el Castillo de Peñíscola, a donde había mudado la sede papal, en el antiguo castillo de la Orden del Temple. Tras ello sus cardenales eligieron a su sucesor, Gil Sánchez Muñoz, que tomó el nombre de Clemente VIII, último papa de la obediencia de Aviñón, en el Salón del Cónclave del castillo de Peñíscola, lugar donde residió hasta su abdicación en Martín V. Esta se produjo en San Mateo, en el Maestrazgo castellonense, el 26 de julio de 1429, principalmente debida a las presiones políticas del rey de la Corona de Aragón, Alfonso V, inmerso en la conquista del reino de Nápoles. Con esta abdicación se considera que finalizó el Cisma de Occidente. Benedicto también fue sucedido por el prelado francés Bernard Garnier, el antipapa Benedicto XIV, que actuó como «papa en secreto» después de haber sido designado como tal por Jean Carrier, uno de los cuatro cardenales designados por Benedicto XIII en Peñíscola y el único que se opuso a la elección de Clemente VIII. Una carta del Conde de Armagnac a Juana de Arco revela que el arcediano de Rodez conocía el paradero de Benedicto XIV y que lo aceptaba como papa.
Obras
A Benedicto XIII se le atribuye un Tractatus contra iudaeos y se conserva un sermón en castellano que pronunció en Pamplona en 1390 con motivo de la coronación de Carlos III el Noble, rey de Navarra. Pero su principal obra es el Libro de las consolaciones humanas, en el que sigue al «noble Boeçio», como señala en el prólogo, esto es, el De consolatione philosophiae de Boecio; la obra fue seguramente redactada en latín y luego traducida al castellano por él mismo o por un autor también aragonés. No está clara la fecha de su redacción; hay quien piensa en una fecha anterior a su cardenalato, pero otros dan por fecha el 1414, momento en el que sufre el mayor acoso por parte de las potencias europeas. El tratado se divide en quince libros y 68 capítulos, que enseñan diversos procedimientos para enseñar al individuo a superar las adversas circunstancias de la naturaleza humana.
Vicente Ferrer y el Papa Luna
Uno de los compromisarios de Caspe fue el famoso predicador —y santificado tras su muerte— Vicente Ferrer. Éste se mantuvo fiel a Benedicto XIII durante gran parte del Cisma de Occidente, pero acabó dándole la espalda, harto de la terquedad del Papa Luna. La cabezonería de Benedicto XIII se convirtió en legendaria y en irritante para quienes se esforzaron —y no fueron pocos— en buscar una salida que solucionara el tremendo cisma que dinamitó a la Iglesia católica durante años, desde 1378 hasta la elección de un pontífice de consenso en noviembre de 1417. Pedro Martínez de Luna se había convertido en papa en la obediencia de Aviñón en el año 1394. Se mantuvo firme en defensa de la legitimidad de su Papado hasta su muerte. Eso hizo que conviviera con los papas que coprotagonizaron el cisma, que fueron varios: Bonifacio IX, Inocencio VII y Gregorio XIII —quienes se sucedieron en el otro bando del Cisma de Occidente— y con Alejandro V y Juan XXIII, quienes a su vez se sucedieron tras el Concilio de Pisa. Es decir, durante años la Iglesia católica llegó a tener papas a la vez, y los tres enfrentados entre sí. Y uno de ellos fue siempre el aragonés Benedicto XIII.
Intervención de los reyes
Aquello dividió también al poder político del momento. Unos reyes apoyaban a un pontífice, otro prefería respaldar a otro papa. Al final, agotados por tanta división y tan prolongada, se buscó una solución auspiciada por la Corona de Aragón y por el Sacro Imperio. La salomónica salida pasaba por apartar del Papado a todos los que decían ostentarlo, y buscar otro nombre con el que acabar con los bandos que estaban dividiendo a la Iglesia. Al final, ese apaño necesitaba que se renunciaran a sus posiciones los tres que en ese momento sostenían que eran los papas legítimos: Benedicto XIII, Juan XXIII y Gregorio XII. Este último aceptó renunciar; con Juan XXIII el poder civil que se conjuró para acabar con el Cisma tuvo que ser algo más expeditivo y acabó bajo arresto. Y, despejados esos dos nombres, sólo faltaba la renuncia de Benedicto XIII. Pero el Papa Luna exhibió una terquedad que sacó de sus casillas incluso a su rey, Fernando I de Aragón. Éste citó a Benedicto XIII en Morella (Castellón) para intentar convencerle, con la ayuda de Vicente Ferrer. Allí quedaron, en julio de 1414. Pero el Papa Luna se negó en redondo a renunciar a su condición de papa. Luego, con el concurso del rey aragonés, el emperador germánico Segismundo lo intentó de nuevo. Se entrevistó con el Papa Luna en Perpiñán (Francia), pero también él fracasó.
La solución final
Harto Segismundo, harto Fernando I y exasperado el propio San Vicente Ferrer, optaron por desentenderse de Benedicto XIII, hacerle el vacío. Se eligió a un nuevo pontífice de consenso, Martín V. Con él se dio por resuelto el Cisma de Occidente y salvada la unidad de la Iglesia católica. Fue en noviembre de 1417. Vista la obstinación del Papa Luna, optaron sencillamente por dejarle que siguiera erre que erre con sus tesis, pero sin hacerle el más mínimo caso. Para que se explayara en sus postulados, se le dejó que lo hiciera en el aislamiento de Peñíscola, mirando al mar. Seis años más vivió Benedicto XIII insistiendo en que era el único papa legítimo. Pero ya nadie le hacía caso, salvo su reducido núcleo de seguidores que se mantuvieron fieles a él en Peñíscola. Esa morada de aislamiento había sido un castillo templario. En él murió Benedicto XIII el 23 de mayo de 1423, a los 94 años, una longevidad poco usual en la época. A su muerte le sucedió en su particular «Papado» uno de sus seguidores, que se proclamó pontífice con el nombre de Clemente VIII. Éste, sin embargo, fue muchísimo menos terco y acabó por renunciar en 1429, poniendo fin definitivamente al pulso que había entablado en vida el Papa Luna.
El enigma del cráneo del Papa Luna
 El 11 de abril de 2000 se produjo un hecho espectacular sobre la ya azarosa vida del famoso papa Benedicto XIII. El cráneo que supuestamente pertenecía a tan ilustre personaje y que era conservado como reliquia en el palacio de Argillo, en Saviñán (Zaragoza) había desaparecido envuelto en el mayor de los misterios. Pocas semanas después comienzan a recibirse cartas amenazadoras exigiendo un rescate en metálico a cambio de su devolución, una correspondencia que terminó abruptamente el 12 de septiembre del mismo año, cuando la Guardia Civil recuperó la reliquia y detuvo a dos hermanos vecinos del mismo Saviñán. La noticia del extraño secuestro dio la vuelta al mundo y apareció en los principales periódicos internacionales, aunque como suele decirse, no hay mal que por bien no venga, puesto que de encontrarse en una situación de olvido absoluto, el cráneo papal pasó a ser requerido por diversos pretendientes a cual más atractivo: el Gobierno aragonés lo declaró Bien de Interés Cultural, mientras que los Ayuntamientos de Illueca (localidad de nacimiento) y de Peñíscola se apresuraron a reivindicarlo como patrimonio local de indiscutible valía. Pero, ¿qué hay de cierto en la historia de la reliquia? Tras su muerte en 1423 en su palacio-fortaleza de Peñíscola, actualmente hito turístico de primer orden, los restos de Benedicto XIII fueron trasladados a su palacio natal de Illueca para descansar en paz hasta el siglo XIX cuando, durante la Guerra de Independencia las tropas francesas llegaron al lugar y cometieron toda clase de tropelías y desmanes. No se salvaron ni los muertos, y así la tumba papal fue destrozada por la soldadesca y los restos de Pedro Martínez de Luna arrojados a un barranco para pasto de alimañas. Se dice que alguien pudo recuperar el cráneo y que tras muchos avatares terminó descansando en Saviñán, pero la cosa no dejó de albergar dudas y perteneció al terreno de la leyenda hasta el año 2004, cuando la prueba del carbono 14 determinaba con casi total fiabilidad que los restos eran, efectivamente, de la época en que vivió Benedicto XIII y que pertenecían a un hombre de edad avanzada.

Estatua de Benedicto XIII en Peñíscola

No hay comentarios:

Publicar un comentario